jueves, 7 de agosto de 2014

LA ENFERMEDAD COMO EXPERIENCIA DE VIDA


“Hallábame a la mitad de la carrera de nuestra vida cuando me vi en medio de una oscura selva, fuera de todo camino recto”. Dante.

Cuando nos formamos como médicos en las universidades, salimos con una visión de la enfermedad tejida en una maraña de libros y protocolos terapéuticos que distan de la realidad viviente. El enfermo es una cuestión muy diferente. Cuando nos enfermamos perdemos con frecuencia el norte, todas nuestras certezas se van a pique y andamos a tientas en la oscuridad. El enfermar nos empuja a conocernos, a asumir nuestros miedos y fantasmas. Enfermar es una experiencia de vida potencialmente transformadora. Como diría el poeta Jaime Sabines acerca del dolor: “No lo desprecies porque ha de enseñarte muchas cosas. Hospédalo en tu corazón esta noche. Al amanecer ha de irse. Pero no olvidarás lo que te dijo desde la dura sombra”.

Aunque tengamos la idea que la enfermedad es un asunto a resolver, un problema a solucionar, sigue siendo uno de los mayores misterios de la vida. Cada síntoma es un mensaje críptico a desentrañar, una especie de oráculo en el itinerario de nuestra andadura. La enfermedad siempre es una iniciación. Induce nuevos pensamientos y ensoñaciones. Nos obliga a tomar el toro por los cuernos.

Cada uno de nosotros nos enfermamos de una manera singular. Razón tenía Hipócrates cuando decía: “No hay enfermedades sino enfermos”. Una enfermedad prolongada puede conducirnos a un largo y profundo túnel donde uno se siente aterrorizado, aislado y trastornado. Una especie de infierno donde se cocinan nuestros dolores y sufrimientos. Una especie de horno alquímico que nos permitirá purgar nuestras penas, atravesar la noche oscura y avizorar un nuevo día. Descubrir el sentido y el significado de nuestra experiencia de enfermar es abrir las puertas de la curación.

En la antigüedad griega, Heráclito afirmaba que todo fluye como las aguas del río, que el movimiento dinamizaba la vida. “Todo fluye y nada se detiene”. Todo fluye y nada se estanca. La vida es como el río, nace como una pequeña fuente y en su andadura crece, recibe afluentes, zigzaguea cual serpiente, otras veces sus aguas se hacen calmas y finalmente se abraza con el mar.


La Tradición China con mucha antelación decía lo mismo y con cierta precisión topográfica:

Esos ríos circulan en nuestro cuerpo y son los canales del Qi. No nos parecemos al río, somos el propio rio. Y ese Qi se expresa mediante emociones como las ondas del rio. El Qi se encarna en nuestras emociones. Somos seres visceralmente emocionales desde la noche de los tiempos. Quizás la emoción más ancestral sea el miedo. Fue un recurso necesario como medio de sobrevivencia en un ambiente agreste  plagado de depredadores. En parte sirvió para adaptarnos al entorno, tener cierta prudencia y capacidad de previsión. La primera forma de comunicarnos no fue la palabra sino el gesto. En el gesto dibujamos lo que sentimos, nuestras vivencias más profundas.

Alexander Lowen, uno de los pioneros de la Bioenergética, señala que la autoexpresión comprende actividades libres, naturales y espontáneas del cuerpo, y es, como la autoconservación un valor inherente de todos los organismos vivos. Cualquier actividad corporal constituye un aporte a la autoexpresión como el andar y el comer, el bailar y el cantar. La manera de caminar de un hombre nos da indicios de su edad aproximada, el sexo, su carácter y su individualidad.

El lenguaje gestual es natural, sincero, espontáneo, carente de artificiosidad y amaneramientos. Vale más una imagen que mil palabras reza un refrán chino. Vale más el gesto que la palabra, y la palabra desprovista de emoción es vacía, sin fuerza. Lo importante no es lo que se dice sino cómo se dice.

La enfermedad habla mucho de nuestra vida. No nos enfermamos de cualquier cosa. Tiene nuestro sello personal. Manifiesta un conflicto que zarandea nuestras propias raíces. Es una inflexión en nuestro trasegar capaz de romper esclusas y orillas. Nos obliga adaptarnos si queremos sobrevivir. La enfermedad es una respuesta adaptativa natural al un conflicto que en nuestro mundo interior no hemos resuelto. Es una manifestación externa de un impasse interno.

Mi experiencia personal me lo ha ratificado en más de una oportunidad. Comencé a sufrir de asma bronquial cuando sentí en carne propia la dificultad de construir un espacio vital donde  desenvolverme y realizar mis sueños. Sentía en la época que el entorno me era hostil y adverso. Sin espacio y sin libertad como El Preso que detrás de los barrotes canta aquella canción de Fruco y sus Tesos. Sin embargo, la propia enfermedad me mostró la dirección del cambio. Respirar nuevos aires era desmontar viejos paradigmas, encontrar nuevas vestiduras de tal manera que pudiera pisar tierra firme. Beber de la Tradición China de la mano del Maestro José Luis Padilla fue el mejor bálsamo de la ocasión y abrió nuevos derroteros. Entendí que enfermedad y vida son dos caras de una misma moneda y que la una está indisolublemente ligada a la otra. La curación de la enfermedad pasa por la vida misma. La enfermedad es un heraldo, a la manera de Hermes, de los cambios que tenemos que asumir para vivir una vida con Sentido.

Mediante la enfermedad hablamos con nosotros mismos, tomamos nuestro cuerpo como testigo del sufrimiento que padecemos: el dolor refleja la emoción que experimentamos. El sentimiento se transforma en sensación: esto nos pica, aquello nos corroe, lo otro nos produce un dolor sordo. Pero ¿qué es lo que nos pica? Y... por qué es sordo el dolor? Escuchar  la enfermedad como lenguaje interior, comprender lo que nos dice es el primer paso hacia la curación. La enfermedad y su cohorte de síntomas revelan nuestro inconsciente, ese sótano oscuro donde dejamos nuestras necesidades no satisfechas La curación implica un cambio importante, un giro necesario hacia otros horizontes. En ese sentido, la enfermedad nos transforma y como la serpiente de Asclepios del mito griego, nos ayuda a encontrar sabiduría en nuestro camino.

miércoles, 6 de agosto de 2014

LA CONSULTA MEDICA

Sergio Barrios Barrios
Sin temor a equivocarme, la consulta médica es el escenario  principal de la relación médico-paciente sea ambulatoria, hospitalaria o domiciliaria,auspiciando las posibilidades diagnósticas,terapeúticas y pronósticas.  A pesar de ello, no le damos la importancia debida y la asumimos la mayoria de las veces, como mero mecanismo industrial, como si de una  producción en serie se tratara.

Perdemos de vista un asunto esencial: que la afección del paciente es una expresión de su biografía personal y que aquí concurren factores históricos, ambientales, sociales…que matizan su vida y le dan unas tonalidades muy particulares.
En los hospitales, el paciente se reduce a un número de historia clínica y se le coloca el rótulo que lo estigmatizará para siempre. Se pretende sintetizar en un vocablo una realidad que va más allá del simple enunciado.

Las empresas de medicina prepagada han introducido un sistema de mercado donde el terapeuta es un eslabón de la cadena rentable. Se ha extendido la idea de la salud como   una cuestión de compra-venta, similar a cualquier otra mercancía.

Hay una creciente inconformidad de la población hacia los servicios médicos, una creciente insatisfacción y una pérdida de credibilidad hacia la figura del sanador. Ya Pedro Laín Entralgo, en su texto de Antropología Médica, señala que en EE.UU el 64% de los pacientes urbanos adultos critica con notorio descontento el modo como el médico se relaciona con el enfermo; el 71% de la totalidad de los pacientes adultos el trato que en los hospitales han recibido; el 50% ha cambiado alguna vez al médico, y el 15% ha dejado de pagar sus honorarios por causa de una ruptura con él. Aunque en nuestro medio no hay estadísticas confiables, la situación debe ser más alarmante sin contar con la crisis permanente de los hospitales que hace de la atención un caos continuo.

Rápidamente la modernidad ha transformado la medicina en una rama de la ingeniería, como si los métodos exactos pudieran valorar cabalmente la vida del hombre. La consulta tiende a desaparecer como espacio temporal que permita conocer al otro en forma integral y cede el paso a un simple formalismo de  clientela. La dimensión profundamente humana donde podemos acceder a un auténtico diagnóstico languidece en las papelerías de las oficinas de los antiguos consultorios.

Urge recuperar el sentido sanador de la consulta médica. Urge recuperar la ritualidad que le da confianza y fe al paciente que sufre. Recuperar la palabra que alienta y alivia. El gesto solidario que la acompaña permite que el doliente verbalice sus inquietudes, exponga las frustraciones y desesperanzas que lo intranquilizan.

El paciente debe ser el protagonista de la búsqueda de salud y el médico la mano amiga que lo estimula a recorrer el camino de la curación. El consultorio, el espacio que brinda calidez y reconforta el espíritu, debe  ser agradable a la vista, sin perder la sobriedad relajante. Nos afanamos en montar oficinas más cercanas a las necesidades de un burócrata que a los intereses del terapeuta.

No podíamos finalizar sin resaltar el ambiente de tranquilidad, sosiego y espontaneidad que debe reinar en la consulta. Hoy pululan los televisores con sus seriados y novelas que perturban la intimidad anímica de los pacientes. El silencio y la contemplación son vías necesarias que propician el encuentro con nosotros mismos y claves en el proceso de curación. Los médicos de antaño apreciaban estas normas como indispensables. Con el devenir de los tiempos las hemos olvidado y reposan en el cuarto de San Alejo